13 marzo 2008

El otro lado de: "Un sueño" de Franz Kafka

Hoy en la clase de lengua me dieron la tarea de convertir el cuento "Un sueño" en "Una pesadilla". Para realizar el cambio debía cambiar el narrador. La historia original menciona a Josef K. Yo en cambio, tengo que escribir el cuento desde el lado de uno de los sepultureros de la historia.
Aquí dejo el cuento original:

Un Sueño

Josef K. soñaba.


Era un día hermoso, y K. quiso salir a pasear pero apenas dio dos pasos, llegó al cementerio. Vio numerosos e intrincados senderos, muy numerosos y nada prácticos; K. flotaba sobre uno de esos senderos como sobre un torrente, en un inconmovible deslizamiento. su mirada advirtió desde lejos el montículo de una tumba recién cubierta, y quiso detenerse a su lado. Ese montículo ejercía sobre él casi una fascinación, y le parecía que nunca podría acercarse demasiado rápidamente. De pronto, sin embargo, la tumba casi desaparecía de la vista, oculta por estandartes que flameaban y se entrechocaban con fuerza; no se veía a los portadores de los estandartes, pero era como si allí reinara un gran júbilo.


Todavía buscaba a la distancia, cuando vio de pronto la misma sepultura a su lado, cerca del camino; pronto la dejaría atrás. Salto rápidamente al césped. Pero como en el momento del salto el sendero se movía velozmente bajo sus pies, se tambaleó y cayó de rodillas justamente frente a la tumba. Detrás de ésta había dos hombres que sostenían una lápida en la tierra, donde quedó sólidamente asegurada. Entonces surgió de un matorral un tercer hombre, en quién K. inmediatamente reconoció a un artista. Sólo vestía pantalones y una camisa mal abotonada; en la cabeza tenía una gorra de terciopelo; en la mano un lápiz común, con el que dibujaba figuras en el aire mientras se acercaba.


Apoyó ese lápiz en la parte superior de la lápida; la lápida era muy alta; el hombre no necesitaba agacharse, pero si inclinarse hacia adelante, porque el montículo de tierra (que evidentemente no quería pisar) lo separaba de la piedra. Estaba en puntas de pie y se apoyaba con la mano izquierda en la superficie de la lápida. mediante un prodigio de destreza logró dibujar con un lápiz común letras doradas y escribió: "Aquí yace". Cada una de las letras era clara y hermosa, profundamente inscripta y de oro purísimo Cuando hubo escrito las dos palabras, se volvió hacia K. que sentía gran ansiedad por saber cómo seguiría la inscripción, apenas se preocupaba por el individuo y sólo miraba la lápida. EL hombre se dispuso nuevamente a escribir, pero no pudo, algo se lo impedía; dejo caer el lápiz y nuevamente se volvió hacia K. Esta vez K. lo miró y advirtió que estaba profundamente perplejo, pero sin poder explicarse el motivo de su perplejidad. Toda su vivacidad anterior había desaparecido. Esto hizo que también K. comenzara a sentirse perplejo; cambiaban miradas desoladas; había entre ellos algún odioso malentendido, que ninguno de los dos podía solucionar. Fuera de lugar, comenzó a repicar la pequeña campana de la capilla fúnebre, pero el artista hizo una señal con la mano y la campana cesó. Poco después comenzó nuevamente a repicar; esta vez con mucha suavidad y sin insistencia; inmediatamente cesó; era como si solamente quisiera probar su sonido. K. estaba preocupado por la situación del artista, comenzó a llorar y sollozó largo rato en el hueco de sus manos. El artista esperó que K. se calmara y luego decidió , ya que no encontraba otra salida, proseguir su inscripción . El primer breve trazo que dibujó fue un alivio para K. pero el artista tuvo que vencer evidentemente una extraordinaria repugnancia antes de terminarlo; además, la inscripción no era ahora tan hermosa, sobre todo parecía haber mucho menos dorado, los trazos se demoraban, pálidos e inseguros; pero la letra resultó bastante grande. Era una J.; estaba casi terminada ya, cuando el artista, furioso, dio un puntapié contra la tumba y la tierra voló por los aires. Por fin comprendió K.; era muy tarde para pedir disculpas; con sus diez dedos escarbó en la tierra, que no le ofrecía ninguna resistencia; todo parecía preparado de antemano; sólo para disimular, habían colocado esa fina capa de tierra; inmediatamente se abrió debajo de él un gran hoyo, de empinadas paredes, en el cual K. impulsado por una suave corriente que lo colocó de espaldas, se hundió. Pero cuando ya lo recibía la impenetrable profundidad esforzándose todavía por erguir la cabeza, pudo ver su nombre que atravesaba rápidamente la lápida, con espléndidos adornos.
Encantado con esta visión, se despertó.

(La historia original no la copié, la saqué de otra página, puede que la traducción no sea la mejor, puesto que yo no corregí más que una letra de ella)

Bien, como es lógico aún debo hacer mi redacción (no solo en la página, sino en el cuaderno, puesto que todavía no la he empezado).
Veamos como va la historia:

-Fue un gran hombre...- Escuché que dijo un sepultero, el cual sostenía la lápida de Josef K.
-Yo, en cambio, estoy conociéndolo ahora.- Dijo el otro mientras cababa- ¿Y tú, de donde lo conocías?
-No lo conocía, pero con solo ver la expresión de su rostro veo que murió en paz. ¿Quién podría morir con una sonrisa si tuviese la conciencia sucia?- Dijo el otro en su defensa.
-Claro, pero el se hallaba...- Las últimas palabras se las llevó el viento, como si hubiese querido evitar que yo escuchase el final de la conversación.

-¿Han escuchado? Alguien se aproxima.- Dije con un ligero temblor en la voz.
-Debe ser el artista contratado para escribir el epitafio en la tumba.- Contesto uno de los dos sepulteros, pero no puedo estar seguro de cual.
Tenía razón, la figura del artista se erguía entre los árboles. Pronto se acercó a la tumba y sin decir una palabra empezó a escribir en la lápida. Solo había escrito la primer letra del nombre, cuando de repente, se detuvo. Miré al artista, esperando que continuase su escritura, pero no lo hizo. Algo lo perturbaba. Volvió su rostro a la lápida y siguió escribiendo, pero ya no lo hacía con aquella perfecta caligrafía con la que había escrito la letra J, comienzo del nombre del difunto.

Apenas el artista terminó de escribir el nombre, dió un puntapié a la tumba y una gran cantidad de tierra se vió impulsada en todas direcciones.
Vacilante, un hombre de unos 30 años de edad, sólo impulsado por la curiosidad, se acerco a la tumba. La falta de luz evitó al hombre ver claramente el nombre de la lápida. Apenas hubo apoyado las manos en la tierra, está se abrió y dejó a la vista un gran hoyo, por el cual, con ayuda de una ligera brisa Josef K. cayó.
El trabajó estaba hecho, el difunto ya estaba en su tumba. Pero yo, igual tenía una pregunta que hacer y deseaba una respuesta, me acerqué a uno de los sepulteros, el cual había cabado la tumba y le dije:-He escuchado la conversación que previamente tu estabas entablando con el otro sepultero+, pero no llegué a oir el final, ¿Qué le respondiste tu cuando él dijo que Josef K. debía ser un buen hombre?
-Pues bien- me respondió el cabador- Le hice recordar que Josef K. dormía cuando de repente su corazón dejó de latir.