26 abril 2009

El contador de historias (parte 3)

Sin un rumbo claro, comienzo a caminar. Ir a la estación a reclamar mi valija es inútil, es obvio que alguien se había dado cuenta que me estaba olvidando de ella y no me había dicho nada, para poder llevársela.
Recorro unas cuatro cuadras hasta que diviso una plaza, recuerdo nuevamente a Juan, pero sé que no es posible que él esté allí, con lo cual no cambio la ruta de mi caminata. La plaza no se parece en nada a la plaza a la que antes, yo asistía tan frecuentemente, el pasto no está recién cortado y dudo que alguna vez lo haya estado, los senderos de roca están en un terrible mal estado; al no haber ningún cesto donde tirar la basura, ésta se encuentra desparramada por todo el lugar. Pero sobre todas las cosas, faltan los chicos. Sólo veo gente adulta en un estado deprimente: sollozando al ver que su botella de vino está vacía; gritándose por un motivo que no me interesa y otras actitudes repulsivas, que no había visto en ninguna plaza de mi ciudad.
Decido salir de tan odiosa atmósfera para ir a buscar una bolsa de trabajo. Necesito un trabajo, no tengo tanto dinero en el banco para depender solamente de él. Pido direcciones a la primera persona que encuentro, ésta me indica el lugar al que debo ir y sigo mi camino. Llego al lugar, entro al edificio, averiguo con la gente del lugar y aunque me ofrecen varios trabajos, ninguno es de mi agrado. -La plaza...- digo sin mucho convencimiento. - La plaza podría ser arreglada... yo podría hacerlo.- La mujer con la que estaba hablando me mira, me hace un gesto de que espere y se va. Vuelve a los pocos minutos con una sonrisa en su rostro. -Perfecto, puede empezar mañana mismo.- dice, mientras me entrega todos los papeles que tengo que firmar. Leo el contrato sin fijarme mucho en el pago, firmo y ya estoy contratado.
A la mañana siguiente, salgo del hotel y me dirijo a la plaza. Tengo mucho que hacer, pero el gobierno me provee de todo lo que necesito. Comienzo recogiendo la basura del piso y colocando cestos cerca de los caminos. Luego empiezo a cortar el pasto con la cortadora que me han proporcionado. Sólo me queda colocar los carteles que advierten que se multará a la gente que ensucie la plaza y ya termino la labor del día.
Al finalizar vuelvo al hotel para descansar, paso un par de horas viendo la televisión hasta que decido que ya es momento de cenar, salgo del hotel y me dirijo a un restaurante que había visto mientras buscaba la bolsa de trabajo. Pido el plato de la casa, como, pago la cuenta, dejo una propina aceptable y vuelvo al hotel. En la planta baja hay un salón con varias computadoras y juegos electrónicos. Le pago a la secretaria el monto necesario para usar la computadora una hora, leo mis mails, que usualmente son enviados automáticamente por páginas de Internet, pues no conozco mucha gente con la cual comunicarme, actualizo mi página web, cuyo contador de visitas no sube muy seguido y al poco tiempo debo pagar nuevamente para poder seguir conectado. Decido que es inútil seguir sentado frente al monitor y me dirijo a mi habitación a dormir. Como me había bañado antes de salir a comer, me acuesto en la cama, me tapo con las sábanas y ya estoy listo para disfrutar de unas ocho horas de sueño.
Al día siguiente me levanto sabiendo que voy a tener que trabajar mucho más, me gusta mi trabajo, pero quiero terminar lo más rápido posible de arreglar la plaza. Desayuno y salgo rápidamente al negocio de ropa más cercano, para comprarme algo nuevo para usar. Me dirijo a la plaza y comienzo con lo básico: levanto los pocos papeles que hay en el suelo (de aquellas personas que parece que no entendieron los carteles) y hago los encargos de los materiales necesarios.
Al llegar los materiales abandono mi descanso y comienzo con las grandes reparaciones: coloco los nuevos bancos en el lugar en donde se encontraban los anteriores, ahora destruidos por su mal uso, conecto el sistema eléctrico de toda la plaza para asegurarme que el lugar tenga iluminación y hago la primera parte de la reparación de los senderos. Ya es tarde y termina mi horario de trabajo, así que decido repetir la rutina del día anterior: voy al hotel, me baño,miro un par de horas la televisión, voy al restaurante, ordeno la comida, como, pago la cuenta, vuelvo al hotel, pago por el uso de la computadora, vuelvo a mi habitación, me acuesto en la cama y me duermo a los pocos minutos.

Así pasan dos semanas y doy por terminado mi trabajo, los senderos están arreglados, el pasto prolijamente cortado, la basura en los cestos y la plaza cercada e iluminada.